Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico, telemático o electrónico -incluyendo las fotocopias...
moreQueda rigurosamente prohibida, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico, telemático o electrónico -incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet-y la distribución de ejemplares de este libro mediante alquiler o préstamos públicos. Las flores no crecen en los campos de concentración. Sé que es una frase obvia, pero concédele a este anciano sus cavilaciones sentimentales. Verás, todo lo que hago, todo lo que he hecho, ha sido siempre por mi perfecta flor, mi ketzele, mi Rose. Lo que debes comprender sobre falsificar, es que es imposible hacer una copia de cualquier cosa idéntica al cien por cien. Un billete falso puede acercarse bastante al original, muchísimo, de hecho. Incluso puede que supere el escrutinio de varios pares de ojos antes de que lo identifiquen, pero al final la verdad siempre sale a la luz. Ocurre lo mismo cuando se trata de la historia sobre cómo conocí a mi mujer; jamás habrá una réplica exacta del amor que hemos compartido. Simplemente es mi historia y poco se puede hacer por intentar reproducirla. En nuestros corazones, donde realmente importa, sabemos siempre lo que tenemos que darle al mundo. Sea fabricar dinero falso o estar sentado aquí contándote mi historia, siempre hay algún relato. Ahora no puedo contenerme, como no pude por aquel entonces... pues yo soy el falsificador de Auschwitz. Pero estoy seguro de que te estarás preguntando por el dinero, ¿no es cierto? Eso es lo que te ha picado la curiosidad. Bueno, déjame decirte que podía reconocer todos y cada uno de los billetes que fabricaba mi equipo, mi Kommando. Si esos billetes seguían en circulación en alguna parte o si de algún modo hubiese salido a la luz el destino que les había tocado en suerte, yo lo sabría. Pues en nuestros corazones, donde de verdad importa, siempre guardamos un rincón para lo que hemos creado. La última vez que nuestro Kommando vio esos billetes falsos fue en aquellos pocos aunque bastante largos años, en el quinto campo de daban a la estancia un toque de personalidad no demasiado sutil. A Rebekah le llamaron la atención un ejemplar de Lonely Planet: Buenos Aires, La danza de la muerte, de Stephen King, y una biografía de Sammy Davis Jr., entre otros libros de aspecto más denso que llenaban el estante. -No quiero importunar a nadie -dijo Rebekah-. Ya ha sido muy amable al ofrecerme su tiempo. Georg se reacomodó y retomó sus pensamientos: -Siempre me están diciendo que no puedo fumar aquí arriba -le explicó-. Quieren que baje al patio. ¿Qué más da si el humo igualmente sube hacia el aire? Se quedó callado y analizó las Converse sucias de la muchacha, los tejanos ajustados y el enorme chaquetón. Era una de esas millennials de las que siempre hablaban en Radio 4. -¿Braham? -añadió él, mientras su cerebro y su boca volvían a funcionar a la vez-. ¿Cuándo vino tu familia? La pregunta incomodó a Rebekah, por más que el anciano la edulcorara con su ligero acento centroeuropeo. Aquel nonagenario -una palabra que había aprendido para el artículo y que estaba empecinada en usar-no perdía comba. Lo miró detenidamente y comprobó, observando sus orejas y nariz, que algunas partes del cuerpo no dejaban de crecer nunca; compartía algunos rasgos con Yoda. Vestido con pantalón y americana de traje, aunque lo bastante abierta como para dejar entrever un chaleco y un pecho huesudo debajo, parecía estar listo para salir a pasear. Su aspecto la retrotraía a una época en la que los hombres sabían cómo vestir. Un par de tirantes sostenían todo el conjunto, completando el atuendo. -Braham -repitió-. Supongo que es diminutivo de Abraham. No hay nombre más hebreo que ese. Me pregunto cuándo vinieron. -No... No lo sé, señor. Mis abuelos nacieron aquí. -Entonces no eres una goy -constató Gottlieb. Siempre que había pasado tiempo con sus abuelos, estos habían intentado enseñarle algunos términos en yidis y aquella expresión la había acompañado desde el día de su nacimiento. La reciente avalancha de entrevistas que había llevado a cabo con los supervivientes había hecho aflorar inconscientemente lo aprendido en esas lecciones. -No. No lo soy, señor Gottlieb. -Por favor, no me llames así. El señor Gottlieb era mi padre. Una sonrisa se abrió paso por sus labios, pero enseguida demudó el gesto, como si se hubiese acordado de pronto de que su padre estaba muerto. -Gracias, Georg. Me he pasado meses investigando lo que ocurrió en Sachsenhausen. Como el último superviviente de la operación Bernhard, puede que sepas algo más y me preguntaba si estarías dispuesto a rellenar los vacíos de información. Con lo que Rebekah definiría como una «demostración de fuerza», Georg se arremangó, revelando una serie de dígitos azules torcidos en la parte superior de su arrugado antebrazo. -¿Ha sido Dubois quien te dijo que hablaras conmigo? -preguntó él. -¿Dubois? -Léon Dubois. -Georg, Léon Dubois falleció. -Esas circunstancias no van a detener a un caballero francés. Mantengo una estrecha relación con su hija, Verity. Es lo más cercano que tengo a una heredera. Rose y yo jamás pudimos tener hijos propios. En el aparador hay una fotografía en la que salgo con ella. Estos días me está amenazando con organizar una fiesta de cumpleaños. -Georg miró por la ventana con añoranza, sopesando si fumarse otro cigarrillo-. Cien años... No es moco de pavo, como solía decir mi madre. -Increíble -dijo Rebekah. Se dio cuenta de que estaban regresando a la historia de una manera u otra. La fotografía la ayudó a ponerle cara a la voz, puesto que recientemente había mantenido con Verity largas charlas sobre la unidad de falsificaciones. Había sido ella quien la había alentado a entrevistar a Georg, una vez que la había examinado y considerado apta para la tarea. -¿Te importa si tomo algunas fotografías con mi teléfono? -preguntó ella-. Me ayudarán como punto de referencia cuando esté redactando. El anciano se encogió de hombros, que en la fe hebrea podía tener multitud de significados. -Adelante. Es impresionante lo que puedes hacer con un teléfono hoy en día. Yo tengo eso... Señaló hacia una mesita donde había un teléfono fijo de botones enormes enchufado a la pared; su conexión con el resto del mundo. -Verity me ha dicho que te llama casi cada día -terció la joven periodista-. Debe de estar contento. -Sí, siempre y cuando no se le meta algo entre ceja y ceja. Ya se lo dije: ¡no iré a ninguna maldita fiesta de cumpleaños! Rebekah se preguntó si podía cambiar la historia y versarla sobre los inminentes cien años que iba a cumplir el superviviente. -Parece que se preocupa por ti -dijo ella, intentando hallar el equilibrio que todos los periodistas se esmeran por conseguir-. ¿Puedes contármelo todo desde el principio? Si no te incomoda compartirlo conmigo, claro. -No me incomoda en absoluto. ¿Qué quieres saber? -Según mis investigaciones, eran unas ciento cuarenta personas imprimiendo dinero para los nazis. -Cuidado con cómo escribes eso -le advirtió Georg-, sobre todo cuando me menciones en tu periódico. -Ah, no es un periódico. Es una revista. Ident Magazine. Georg negó con la cabeza. -No la conozco. -Es como Vice -le dijo Rebekah, empleando la misma explicación que le había dado a sus padres apenas se habían sobrepuesto a la emoción inicial. También era la misma coletilla a la que recurría cuando quedaba con un chico. Georg se encogió de hombros. No era el público objetivo de ninguna de las dos publicaciones. -Yo leo novelas. Sobre todo ficción, aunque mis ojos ya no son lo que eran. De ahí el tamaño de ese teléfono. Escucho la radio, pero evito a los políticos. Hubo un tiempo en el que era capaz de discernir la verdad y los detalles de todo. ¿Sabías que hay ciento sesenta elementos distintivos en un billete británico? -No lo sabía -contestó Rebekah, mientras rebuscaba afanosamente en su bolso-. ¿te importa que use mi grabadora? Me será más cómodo así. A pesar de que su teléfono era capaz de registrar audio, el zumbido de la cinta la entusiasmaba. El hecho de poder apoyarlo delante de sí para grabar una entrevista sin tener que trastear con él para comprobar su Instagram también jugaba a su favor. -No, claro que no. Supongo que andas buscando lo mismo que todos los demás. -¿El qué? -preguntó Rebekah, que había encontrado la grabadora entre los tiques, notas y envoltorios de chicle que abarrotaban su bolso. -El dinero. Uno de los mayores misterios de nuestra época. Trescientos millones de libras desaparecidos. ¡Desvanecidos! Convertidos en humo, o no, quién sabe. -Trescientos -musitó Rebekah, con la creciente sensación de haber dado con la gallina de los huevos de oro-. Todos los informes que he leído aseguraban que la cantidad rondaba los cien. Colocó el aparato sobre el cristal de la mesita de ratán. Aparte del paquete abierto de cigarrillos y el mechero, artículos de contrabando en un lugar como aquel, la mesa estaba despejada. Un voluminoso cenicero de cristal descansaba en el reposabrazos de la butaca raída de Georg. -Siempre le restan importancia a nuestros logros. Nadie visita las pirámides para apreciar la mano de obra que las construyó, así que tienen la desfachatez de decir que las levantaron los alienígenas. ¿Serías tan amable de pasarme ese libro? Señaló hacia una pila sobre el aparador, entre una miniatura de la torre Eiffel y un tarro lleno de algo etiquetado como ARENA DEL SÁHARA. El tomo de encima del todo era un pequeño libro de oraciones, con letras doradas descoloridas en la cubierta en una mezcla de inglés y hebreo. -Sabes leer hebreo, ¿verdad? -preguntó Georg. -Lo tengo un poco oxidado. -¡Como todos! Lo bueno es que puedes abrirlo por cualquier página, leer en diagonal y Dios se encargará del resto. Rebekah lo abrió por la última página, que naturalmente era la primera. En el interior, el nombre Rose Gottlieb estaba escrito con una tinta negra desvaída. Leer aquellas líneas le pareció una intrusión, así que cerró el libro y...