recogiendo la documentación pertinente con vistas a elaborar el libro que ahora principia: a él le competen las últimas responsabilidades que puedan derivarse de los aspectos más metodológicos del proyecto. Y aunque no son estas páginas...
morerecogiendo la documentación pertinente con vistas a elaborar el libro que ahora principia: a él le competen las últimas responsabilidades que puedan derivarse de los aspectos más metodológicos del proyecto. Y aunque no son estas páginas las más apropiadas para llevar a cabo una crítica general del evento en sí, y como de algún modo hay que empezar, anotaremos una primera impresión, una pasajera impronta que prendió, sin embargo, en el espíritu del becario con tanta viveza que, pasados ya varios meses, todavía perdura. El Fórum fue, básicamente, un acontecimiento bíblico. Desde luego, no porque éste fuera en sí un hecho sin precedentes o novísimo en su naturaleza: Barcelona es una ciudad que parece necesitada de espectáculos afines para su desarrollo urbanístico y social. No, el calificativo responde más bien a un temporal estado de ánimo. En efecto, mientras el becario asistía a las distintas conferencias, visitaba todas las exposiciones, o simplemente, recorría con cierta indolencia las instalaciones del recinto, era dulcemente transportado a una época levítica y lejana. Contribuía a ello la imponente majestad del lugar, el denodado tesón con el que fue conquistado parte de su suelo al mar, o aquel arco del triunfo de las nuevas tecnologías que suponía la placa fotovoltaica y que dotaba a todo el conjunto de vetustas dignidades faraónicas. Otro tanto podría decirse de los diálogos o conferencias celebrados allí, en donde la disparidad de criterios, el pluralismo de las opiniones encontradas e, incluso, la aparente antinomia en que caían no pocas propuestas de futuro evocaban lejanamente aquella Torre de Babel con la que los hombres desafiaron una vez a los cielos. Como ya dijimos, no vamos llevar a cabo una crítica del evento en cuestión: que cada cual interprete esa primera impresión según el caudal de su espíritu o el estado de su humor. A nosotros nos interesa traerla, como quien dice, por los cabellos, pues nos permite enunciar y desarrollar una primera característica de eso que algunos han dado en llamar la condición humana y que no se agota en las sucesivas aportaciones de las distintas ramas de la ciencia 1 . En suma, su original narratividad. Desde un punto de vista un tanto ingenuo, avala nuestra suposición la necesidad que sentimos de describirnos a nosotros mismos como historias, ora fidedignas ora meras fábulas, o remotas genealogías. Por otro lado, y por desarrollar una idea que devino obsesiva a lo largo de todo el Fórum, no es menos cierto que, en la construcción de nuestra propia identidad, en la narración de nuestros más íntimos hechos, juega un papel preponderante la presencia de los otros; en suma, la alteridad. 2 El asunto no es más viejo que la propia filosofía. En una de sus obras más inspiradas y, por añadidura, más complejas, Platón puso de manifiesto la inherente antinomia que se establece en la relación entre la unidad y la multiplicidad 3 . Nos enfrentamos con un planteamiento afín a la hora de abordar la idea de identidad y diferencia. La primera es la suma de todas aquellas cosas que nos distinguen de lo demás; es decir, nuestras propias diferencias que, a su vez y a pesar de su heterogeneidad, quedan subsumidas en una unidad superior; a saber, nuestra propia identidad. En rigor, esta última plantea inconvenientes análogos con los que la antigua metafísica tuvo que lidiar a la hora de presentarse la realidad de las esencias. Poner sobre el tapete su problemática naturaleza no nos alejaría de nuestras intenciones primeras, ampliando todo un universo de posibilidades especulativas que, en consideración al signo de estos tiempos, exige siquiera una somera reflexión, esbozada más arriba. Repitámoslo: la capital importancia que juegan los demás en la creación de nuestros rasgos distintivos. Es más, incluso la pupila ajena ve y sabe de nosotros mismos mucho de lo que se nos aparece como vedado, más allá de nuestra propia e inquisitiva mirada. Bruto sabe por Casio que es un republicano consecuente y un perfecto conspirador 4 , Leopold Bloom se pregunta de qué forma le verían los demás 1 UNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (O. C.: XVI). Editorial Vergara, Barcelona, 1958, p. 127. 2 Un término hoy en boga y que podría muy bien sustituir al nuestro es el de <<otredad>>. Prescindimos del mismo en parte por garantizar la pureza de nuestra lengua (aquél no es más que un neologismo que pretende traducir un término foráneo) y en parte porque la definición de alteridad, así como la de términos análogos como alterar, alterarse o alteración, refleja muy bien un peculiar sentido de <<otro>>, sentido que alienta nuestro desarrollo posterior, y que goza de connotaciones evidentemente negativas. Por culminar con un ejemplo, decimos que se altera quien no es el mismo, quien está fuera de sí.