Nuestros abuelos canarios Tomo I
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Deitania, Suplemento Cultural. Semanario El Noroeste, 2016
Yo no conocí a mi abuelo, murió muy pronto, casi cinco años antes que el dictador. Y yo nací muy tarde. Él era un retrato a lápiz colgado de una de las paredes del apartamento de mi abuela, que a ella sí que la conocí. Catalana de pura cepa, libertaria escondida bajo el disfraz de abuela sentada frente al televisor viendo las retransmisiones del Canal 11 desde el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Guerra, Francia, el nombre de un barco, Dominicana… palabras sueltas que siempre estaban dando vueltas en el aire de esas tardes de sábado que mis padres, mi hermana y yo pasábamos con ella durante mi niñez. Nunca nadie las aterrizó. De él, muy poco: Sargento, esa herida de guerra y “Murcia”, así entre comillas, porque mientras que de mi abuela sabíamos santo y seña (o creíamos saber), de él nadie parecía tener nada demasiado claro más allá de su nombre. Y lo que ella sabía, jamás lo dijo. Quizás porque nadie se lo preguntó, porque nadie preguntó nunca nada. Ni yo, claro.
Deitania, Suplemento Cultural. Semanario El Noroeste, 2016
Y para encontrarlo tenía que completar un dibujo como esos en los que los niños unen puntos, sólo que además de unirlos tenía que descubrirlos. Había que empezar en algún sitio y sólo tenía el punto final.
Índice Prólogo. [Introducción.] Los cuatro libros del invencible caballero Amadís de Gaula en que se tratan sus muy altos hechos de armas y apacibles caballerías. Aquí comienza el primer libro del esforzado caballero Amadís, hijo del rey Perión de Gaula y de la reina Elisena. Capítulo 1. Cómo la infanta Elisena y su doncella Darioleta fueron a la cámara donde el rey Perión estaba. Capítulo 2. Cómo el rey Perión iba por el camino con su escudero con corazón más acompañado de tristeza que de alegría. Capítulo 3. Cómo el rey Languines llevó consigo al Doncel del Mar y a Gandalín, hijo de don Gandales. Capítulo 4. Cómo el rey Lisuarte navegó por la mar y aportó al reino de Escocia, donde con mucha honra fue recibido. Capítulo 5. Cómo Urganda la Desconocida trajo una lanza al Doncel del Mar.
Cuando los instagrammers son los adultos, 2020
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Deitania, Suplemento Cultural. Semanario El Noroeste, 2017
Martes, 2 de junio de 2015. Apenas dejamos atrás la Sierra Nevada desaparecieron todas las nubes y llegó ese azul absoluto que ya nunca se fue. Luego, la más que sutil frontera entre Andalucía y Murcia, casi imperceptible en la interminable recta de la RM-730 y su extensísimo horizonte. Muy notorio para nosotros, eso sí, el primer letrero que anuncia Singla, justo al llegar a Barranda. De pronto nos topamos con el cerro de la Ermita y una parroquia desierta. No podía ser otra. Ya estoy aquí, frente a su puerta y a ese terrible número que tiene grabado: “1936”. Nadie nos abrió, es increíble que alguien haya atendido el teléfono cuando llamé…
Tontíberos, primera parte., 2023
Desde hace más de dos siglos, los españoles que reniegan de España y desprecian su cultura, han demonizado la palabra patria y el concepto patriotismo. Y en esas siguen.
Edición, transcripción y estudio del diario personal del regidor José Antonio de Anchieta y Alarcón [1705-1767], personaje clave para conocer la historia de la isla de Tenerife a mediados del siglo XVIII en clave política, social y etnográfica.
Actas del VIII Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, 2012
En este trabajo se han considerado desde sus orígenes, y dentro del marco románico, las formas con que se expresa en español la relación de parentesco de línea vertical ascendente de dos o más grados, es decir, la noción de ‘abuelo’ y sus grados subsiguientes. Se comprueba así que el orden numeral ha estado siempre muy presente en la gradación generacional y de parentesco, pero a menudo ese sistema numeral se ha cruzado e incluso solapado con otros, como el preposicional, lo que ha provocado sustituciones y desplazamientos semánticos ("tresabuelo" y "trasabuelo"). Ese hecho favoreció la aparición de "tatarabuelo" (a partir del gr. τέτταρες ‘cuatro’) como el ‘tercer abuelo’. El hecho de que en portugués se haya conservado "trisavô" ‘tresabuelo’ y, con él, también "tataravô" y "tetravô", como ‘cuarto abuelo’ o ‘padre del tercer abuelo’ vienen a confirmar nuestra explicación y la etimología propuesta para "tatarabuelo" en español.
preceptor de las niñas Nell y Dolly. CONSUELO, viuda rica, chismosa. LA MARQUEZA, viuda campesina, pobre. EL PRIOR DE LOS JERÓNIMOS (Padre Maroto). La acción se supone en la villa de Jerusa y sus alrededores; las principales escenas en la Pardina, granja que perteneció a los Estados de Laín. Careciendo esta obra de colorido local, no tienen determinación geográfica el país ni el mar que lo baña. Todos los nombres de pueblos y lugares son imaginarios. Época contemporánea. ebookelo.com-Página 7 GREGORIA.-¡Eh… Venancio!… Que estoy aquí. VENANCIO.-Voy… Más de cincuenta duquesas se han caído con el ventoleo de anoche. GREGORIA.-¡Anda con Dios!… Deja las peras y ven a contarme… ¿Es verdad que…? Entra VENANCIO, respirando fuerte y limpiándose el sudor de la cabeza, ebookelo.com-Página 9 trasquilada al rape. GREGORIA espera impaciente la respuesta. VENANCIO.-¡Brrr…! GREGORIA.-Pero, hombre, sácame de dudas. ¿Es cierto lo que han dicho? ¿Tendremos tarasca? VENANCIO.-Sí. ¿Has visto tú alguna vez que falle una mala noticia? GREGORIA.-(Suspensa.) ¿Y cuándo llega la señora Condesa? VENANCIO.-Hoy… Pero no te apures; se alojará en casa del señor Alcalde. GREGORIA.-Menos mal. (Volviendo a desgranar.) Pues otra… Si llega también el señor Conde, se juntarán aquí el agua y el fuego. VENANCIO.-Se pelearán hoy como ayer… Suegro y nuera rabian de verse juntos. Si no quedaran de uno y otro más que los rabos, ¡qué alegría!… Por supuesto, al señor Conde habremos de alojarle. GREGORIA.-¿Qué duda tiene? No faltaba más… Yo digo: ¿vienen y se topan aquí por casualidad… o es que se dan cita para tratar de asuntos de la casa?… porque de resultas de la muerte del Condesito habrá enredos… VENANCIO.-¿Yo qué sé? La Condesa Lucrecia vendrá, como siempre, a dar un vistazo a sus hijas. GREGORIA.-Y a pagarnos la anualidad vencida por el cuidado, manutención y servicio de las dos señoritas que puso a nuestro cargo… ¡Ah, ruin pécora…! Las tiene en este destierro para poder zancajear y divertirse sola por esos Parises y esas Ingalaterras de Dios… o del diablo… ¡Tunanta! Lo que yo digo, Venancio: comprendo que su suegro, el señor Conde de Albrit, que es el primer caballero de España, ¡y que lo digan! le tenga tan mala voluntad a esa condenada extranjera, de quien se enamoró como un tontaina su hijo (que esté en gloria)… Lo que no me cabe en la cabeza es que parezca por aquí, si sabe que ha de hocicar con ella… O será que lo ignora… ¿Qué piensas, hombre? VENANCIO.-(Revolviendo en la cesta de hortalizas.) Pronto hemos de ver si vienen a posta los dos, o si la casualidad les hace empalmar en Jerusa… ¡Y que no traerán ella y él las uñas bien afiladas!… Créetelo… hemos de ver por tierra mechones de barbas blancas o de pelos rubios, y tiras de pellejo… porque si el Conde D. Rodrigo quiere a su hija política como a un dolor de muelas, ella en la misma moneda le paga. GREGORIA.-Yo digo lo que tú: el pobre D. Rodrigo viene a que le demos de comer. VENANCIO.-Así lo pensé cuando supe su viaje. GREGORIA.-Es cosa averiguada que no ha traído de América el polvo amarillo que fue a buscar. VENANCIO.-Ha traído el día y la noche. Cuando embarcó para allá, había desperdigado toda su fortuna… Esperaba recoger otra, que le ofreció el ebookelo.com-Página 10 Gobierno del Perú por las minas de oro que allá tuvo su abuelo, el que fue Virrey… Pero no le dieron más que sofoquinas, y ha vuelto pobre como las ratas, enfermo y casi ciego, sin más cargamento que el de los años, que ya pasan de setenta. Luego, se le muere el hijo, en quien adoraba… GREGORIA.-¡Infeliz señor!… Venancio, tenemos que ampararle. VENANCIO.-Sí, sí, no salgan diciendo que no es uno cristiano. ¡Quién lo había de pensar!… ¡Nosotros, Gregoria, dando de comer al conde de Albrit, el grande, el poderoso, con su cáfila de reyes y príncipes en su parentela, el que no hace veinte años todavía era dueño de los términos de Laín, Jerusa y Polan!… Díganme luego que no da vueltas el mundo… GREGORIA.-(Acentuando con un manojo de judías.) ¿Oyes lo que te digo? Que tenemos que ampararle. Es nuestro deber. VENANCIO.-(Filosofando con un tomate que coge de la cesta.) ¡Qué caídas y tropezones, Gregoria; qué caer los de arriba, y qué empinarse los de abajo!… Claro, le ampararemos, le socorreremos. Ha sido nuestro señor, nuestro amo; en su casa hemos comido, hemos trabajado… Con las migajas de su mesa hemos ido amasando nuestro pasar. (Levántase con aire de protección.) Pues, sí: hay aquí cristianismo, delicadeza… (Coge otro tomate y admira su belleza y tamaño.) Estos son tomates, Gregoria… Que venga el Cura refregándonos los suyos por las narices… Pues, sí, mujer: me da lástima del buen D. Rodrigo. GREGORIA.-(Contestando a la apología del tomate.) Pero las judías no granaron bien. (Mostrándolas.) Mira esto… También a mí me aflige ver tan caidito al señor Conde… Parece castigo… y si no castigo, enseñanza. VENANCIO.-Castigo, has dicho bien. Todo ello por no ser económico, y no pensar más que en darse la gran vida, sin mirar al día de mañana. Ahí tienes el caso, Gregoria, y pónselo delante a los que le critican a uno por la economía. En fiestas y viajes, en caballos y trenes, en convitazos y otras mil vanidades, se le escurrieron al señor los bienes de la casa de Albrit, y parte de los de Laín, que eran de su madre. La casa venía empeñada de atrás, pues dicen las historias que ningún Conde de Albrit supo arreglarse. Mira por dónde las culpas de todos las paga este desdichado. Ya ves, después que le dejan en cueros los acreedores, le falla el negocio de América; luego le quita Dios el hijo, y se encuentra mi hombre al fin de la vida, miserable, enfermo, sin ningún cariño… Es triste, ¿verdad? GREGORIA.-Ahora caigo en que viene a ver a sus nietas: sí, Venancio, anda en busca de un querer que dé consuelo a su alma solitaria… VENANCIO.-(Cogiendo de la cesta una berenjena.) Puede ser… ¿Y qué tienes que decir de estas berenjenas? GREGORIA.-No son malas… Lo que digo es que al señor Conde le atrae el calorcillo ebookelo.com-Página 11 de la familia. VENANCIO.-Pero ya verás: mi D. Rodrigo, buscando el agazajo, mete la mano en el nidal, y toca una cosa fría que resbala… ¡Ay! Es el culebrón de la madre, es la extranjera, la mala sombra de la familia, pues desde que el Conde D. Rafael casó con esa berganta, la casa empezó a hundirse… (Poniendo en el cesto la berenjena con que acciona.) En fin, que en tomates y berenjenas no hay quien nos tosa… pero no sabemos qué vientos echan para acá al señor Conde de Albrit. GREGORIA.-Él nos lo dirá. Y si se lo calla, no callarán sus hechos. (Dando por terminada su tarea, y pasando de la falda a un cesto las judías.) No te descuides, Gregoria; que venga por lo que venga, tienes que prepararle una buena mesa… Ya es un respiro que la extranjera no se meta en casa. VENANCIO.-Y aunque viniera… Nunca está más de dos días o tres. Jerusa es muy chica, y esa necesita tierra ancha para zancajear a gusto. GREGORIA.-(Asaltada de una idea.) ¡Ay, Venancio de mi alma, lo que se me ocurre! ¡No haber caído en ello ni tú ni yo! ¿Apostamos a que Doña Lucrecia viene a llevarse sus niñas? VENANCIO.-(Permaneciendo largo rato con la boca abierta.) Puede que aciertes… Ya son grandecitas… mujercitas ya. Pues, mira, nos fastidia… GREGORIA.-¡Hijo de mi alma, cuándo nos caerá otra breva como esta! VENANCIO.-(Paseándose meditabundo.) No es mucho lo que nos pasa cada trimestre por cuidarlas y mantenerlas; pero algo es algo: rentita puntual, saneada… No, no: verás cómo no se las lleva. GREGORIA.-Ea, no nos devanemos los sesos por adivinar hoy lo que sabremos mañana. (Dispónese a pasar a la casa.) VENANCIO.-¿Sabes tú quién nos lo va a decir? Pues Senén. Desde ayer está aquí. GREGORIA.-¿Senén?… ¿El de la Coscoja?… Sí: las niñas me dijeron que le habían visto, y que está hecho un caballero. VENANCIO.-Empleado público, funcionario, como quien dice, nada menos que en las oficinas de Hacienda de Durante. Fue criado de la Condesa, que en premio de sus buenos servicios le ha dado credenciales, ascensos; en fin, que de un gaznápiro ha hecho un hombre. GREGORIA.-Le protege, según dicen, porque le servía de correveidile y de tapaenredos en sus… VENANCIO.-Chist… Cuidado… puede llegar… Le espero. Ha quedado en traerme noticias. GREGORIA.-(Bajando la voz.) De tapadera en sus trapisondas amorosas… Ello es que siempre que nos visita la señora, recala Senén, y no la deja vivir con su pordioseo impertinente: que si la recomendación; que si la tarjeta al Jefe, que si ebookelo.com-Página 12 ebookelo.com-Página 13 Condes de Laín, que lo pusieron en la escuela y después le tomaron a su servicio. Fue pinche de cocina, escribiente, ayuda de cámara, hasta que su agudeza, reforzada por ardiente ambición de dinero, le emancipó de la servidumbre. En diversos trabajos y granjerías, hubo de probar fortuna: viajante de comercio, corredor de vinos, administrador de periódicos, y por fin la Condesa le abrió los espacios de la Administración pública con un destinillo de Hacienda, al que siguieron ascensos, comisiones y otras gangas. Compensa la cortedad de su inteligencia con su constancia y sagacidad en la adulación, su olfato de las oportunidades, y su arte para el pordioseo de recomendaciones. Su egoísmo toma más bien formas solapadas que brutales, y para disimularlo, el instinto, más que la voluntad, le sugiere la economía, y todo el ahorro compatible con el lucimiento y afeite de su persona. Guarda su dinero, y se apropia todo lo que sin peligro puede apropiarse. En lo que no es ostensible, o sea en el comer, gasta lo indispensable, reservando casi todo su peculio para el coram vobis. Su vicio es la buena ropa, y su pasión las alhajas; lleva constantemente tres sortijas de piedras finas en el meñique de la mano izquierda, y al llegar a Jerusa ha sacado a relucir un alfiler de corbata, que es ¡ay!, la desazón de sus compatriotas de ambos sexos. SENÉN.-Allá voy. Estaba mirando las peras… (Entra en la terraza.) Hola, Gregoria; usted siempre tan famosa. GREGORIA.-¡Y tú...
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