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www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47) PREFACIO Diego Méndez Actualmente, la forma más simple de acceder a los mitos es acudir a una librería o a una biblioteca, donde encontraremos una enorme cantidad de material documental o literario en relación con este tema. Pero en la Antigüedad no era así; los mitos se oían, no se leían. Para las sociedades arcaicas, el mito tenía una función social; no se consideraba como una historia ociosa para el mero entretenimiento popular. Por lo general, se desconoce la autoría del mito genuino (puro y original), y aunque no se ha podido precisar con seguridad su antigüedad, sabemos que éste ha llegado hasta nosotros, principalmente, por transmisión oral. Durante varios siglos, cronistas, monjes, misioneros, antropólogos, etnólogos y otros académicos se han esforzado en rescatar, recopilar y registrar en papel estas antiguas historias. Constituyen reliquias del pasado, el vehículo más común de la cultura y de la identidad de un pueblo. Desde antaño, han subsistido como elementos básicos del patrimonio inmaterial de la Humanidad. Estos vestigios fósiles de la narrativa primigenia han preservado durante milenios las creencias más arcaicas de la condición humana; y pese a mantener una estructura firme, han evolucionado -como todo en la vida-con el paso de las generaciones. Pero antes de emprender el estudio sobre los mitos, es imprescindible reflexionar sobre su significado original. En los inicios de la cultura griega clásica, mythos significaba «relato», o «palabra». Los mitos eran vistos como historias verdaderas. Actualmente, este término ha sido despojado de su significación original, degradándose hasta llegar a designar lo que comúnmente se entiende como una narración maravillosa, fabulosa, fantástica, ilusoria e irreal. Sería conveniente empezar definiendo el concepto «mito», para poder responder si este tipo de relatos debe considerarse falso o verdadero. Pero antes, será preciso descartar lo que no es un mito para evitar posibles confusiones. Un mito no es un cuento fantástico, ni un relato ocioso; no se debe confundir con una leyenda, ni tampoco con una saga de ficción. Mircea Eliade, uno de los eruditos más destacados en el estudio de la mitología y de la historia de las religiones, ofrece una definición de mito más acorde con el valor dado por las sociedades arcaicas: «El mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los "comienzos". Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los seres sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia; sea ésta la realidad total, el Cosmos, o solamente un fragmento: una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución». Desde un punto de vista racional y determinista, difícilmente se podrá demostrar con pruebas científicas (es decir, empíricas, medibles y reproducibles) la existencia de seres divinos, espíritus y otros entes sobrenaturales. Y por supuesto, aunque estos seres aparezcan en las mitologías de todas las culturas arcaicas, desde la perspectiva positivista será complicado validar tales ideas místicas como reales y verdaderas, ya que el positivismo considera la metafísica (conocimiento más allá del mundo físico) como una pseudociencia. Sin embargo, para una mejor comprensión de los mitos será oportuno, por un lado, liberarse de planteamientos exclusivamente materialistas (basados en la experiencia sensitiva), y por otro, sin abandonar el pensamiento lógico-racional, ampliar el conocimiento formal a partir de la incorporación del pensamiento intuitivo. De esta forma, el camino que se adentra en el misterio Es difícil desbrozar un camino cuando no ha sido previamente hollado por otros. Acaso podamos atravesar la espesura adentrándonos en el tupido herbazal, o en la garriga, o en un oscuro bosque; en ocasiones siguiendo el curso de un río, o las veredas abiertas por los animales salvajes. Pero cuando estamos en marcha, nos asalta la inquietud: «¿Qué encontraré allende esa loma, o esa mata boscosa? ¿Quizás aguas pantanosas en las que me hundiré sin remedio? ¿O una sima insondable, en la que caeré inadvertidamente? ¿O más bien se extenderá un ameno valle, con un prado poblado de flores y helechos? ¿Será ésta la ruta que me conduce a mi lugar de destino?». * Los dos autores han empleado criterios diferentes en la formulación de los nombres de etnias y pueblos, así como en los criterios para citar las fuentes bibliográficas; de ahí las diferencias en las secciones primera a tercera, en relación a la cuarta. Así, poco más o menos, me siento en este momento, cuando hilvano las primeras puntadas de este complejo tapiz de ideas y de argumentos. Se me puede tildar de jactancioso; de soberbio incluso. Pero es bien cierto que creo ser, con el concurso de mi colega Diego Méndez, el primero que ha desarrollado una labor que hasta el momento se había planteado sólo como un lejano objetivo, aún no implementado. Me refiero a la elaboración de la tabla 20, con los motivos míticos más universales (más adelante explicaré qué se debe entender por este concepto), la cual permite construir el «árbol mítico», con sus ramas, con su tronco yespecialmente-con su raíz. Esta pretensión es la que ha dado nombre a la obra que tienes en tus manos: El árbol de los mitos. Creo necesario exponer al lector las circunstancias que condujeron a la realización de este arduo trabajo. Cuando a mediados de marzo del año 2020, como consecuencia de la epidemia de Covid-19, me vi confinado en el domicilio, sin poder salir ni ejercer mis actividades cotidianas, me propuse ocupar el tiempo de la manera más productiva posible. Y ante la evidencia de que algunos líderes estaban reaccionando de una forma equivocada en relación a dicho asunto (con reproches, con indiferencia, o con sarcasmo, más que con colaboración y soluciones), me planteé un interrogante: ¿por qué los seres humanos somos tan insensibles ante el dolor ajeno? No me refiero al dolor de nuestros allegados, o de nuestros amigos, o aun al de nuestros conciudadanos; sino al dolor de los habitantes de otras partes del mundo. ¿Por qué, ante situaciones literalmente dramáticas que se despliegan ante nuestros ojos, día tras día, no sólo no aportamos soluciones, sino que -más bien-despachamos el asunto con indiferencia o -aún peor-con comentarios despectivos (a veces rayanos con el racismo)? Una de las vivencias que me han dejado más huella ha sido la constatación, tras haber compartido mesa -e interesantes diálogos-con personas de distintas razas y culturas, de que había un aspecto que en todos los casos se repetía: la intención -por parte de mis acompañantes-de ser corteses, agradables y acogedores. Pero aún más allá, profundizando en su cultura, en sus costumbres, o en su Historia, es fácil darse cuenta de que todos ellos comparten elementos básicos en las formas de vida, e incluso en su cosmovisión del mundo. Ello me hizo considerar, hace mucho tiempo, que tal vez los distintos pueblos han de tener una fuente común de valores, creencias y conocimientos; lo que no dejaba de ser una * * * * * La existencia de las dos posturas básicas por lo que se refiere a la interpretación de la «mitología comparada» es evidente en el siguiente pasaje, de Carlos Cid (Historia de las Religiones, página 50). Este historiador de las religiones (gran divulgador) afirma que la idea universal del símbolo del Árbol de la Vida, que al mismo tiempo lo es de la inmortalidad, «[está] tan extendida por lugares tan distantes, desde Escandinavia hasta una gran parte de Asia y en general todo el Viejo Mundo, que debe admitirse un extraño y remoto intercambio de ideas, o bien una "forma común de pensar", básica e innata a una gran parte de la humanidad». En definitiva, de acuerdo con esta interpretación, sólo cabe considerar dos enfoques: el difusionista, por un lado, y el que se fundamenta en la idea del «inconsciente colectivo» o de la «convergencia determinista», por otro. Pero tal vez exista una posición intermedia, que permita conciliar ambas vías de estudio del mito. De ello hablaré en este apartado. Una tabla y un árbol filogenético de los mitos razonablemente completos indican que existe una elevada «homogeneidad» o analogía en los diferentes corpus míticos. Ésta se puede explicar de dos formas: a través del fenómeno conocido como «convergencia determinista», o mediante la «dispersión» de los motivos míticos, tal vez en épocas muy antiguas, de una región focal (origen o raíz del mito) a las «zonas de difusión», en palabras de Joseph Campbell. Por lo que se refiere a la «convergencia», ésta sería el resultado de emplear de forma análoga unas similares pautas de pensamiento humano: de abstracción, de razonamiento, de analogía, o de conexión con la «fuente» del mito, situada no en un punto concreto del espacio, sino en algún lugar del éter, o del «ultramundo», que los sabios han dado en llamar Akasha, o bien -más modernamente-«inconsciente colectivo». A este respecto, Carl Gustav Jung afirma que los mitos son ante todo «manifestaciones psíquicas que reflejan la naturaleza del alma», o bien «alegorías del estado del alma», puesto que «el alma contiene todas las imágenes de las que han surgido los mitos», y «nuestro inconsciente es un sujeto actuante y paciente» (Arquetipos e inconsciente colectivo, páginas 12 y 13). El «difusionismo», por su parte, presupone que las similitudes, no sólo en los mitos, sino también en los «mitemas», son producto de la dispersión de tales motivos desde un centro primigenio (o «raíz»). Esta interpretación, en cierto modo «mecanicista», o «racionalista», se opone...