INTERVENCIÓN EN EL COLOQUIO SOBRE EL CUERPOEstoy de acuerdo con los organizadores de este Coloquio en que existe una gran preocupación en relación con el cuerpo que ya es, en sí misma, como una enfermedad. Ese cuidado que nos tomamos, esa atención que se promueve, va más allá de la preocupación por mantenerse en buena salud. En la Antigüedad, según creo, ése era un asunto de equilibrio, de medida, de temperamento, de moderación. Si hay alguna enfermedad es, me parece, que entre nosotros, en nuestros lares y especialmente en los EE UU, se observa ciertamente una desmesura, un sin medida, como un frenesí en relación con el cuidado del cuerpo. Se nota en diferentes signos: en la odiosa proscripción del fumador o en el aislamiento del bebedor (no es que yo promueva, desde luego, la bebida o el tabaco). Se nota también en lo que se llama el "encarnizamiento terapéutico", nombre muy apropiado para designar esa furiosa voluntad de hacer el bien a la fuerza (aunque el cuerpo se resista) (1). Como si esa voluntad de mantener a la gente en buena salud a toda costa, de mantenerlos con vida, lo quieran o no, fuera la versión contemporánea de lo que Freud llamó pulsión de muerte. Todo ese saber movilizado al servicio de la salud y de la vida hace resonar quizás un imperativo mucho más amenazador que el consentimiento en la enfermedad y en la muerte que, de todas maneras, acaba por ganar. Creo que era Stalin quien lo decía y no es un autor de moda. Por tanto la propia noción de pulsión de muerte, tan mal recibida por el conjunto de los psicoanalistas, M. Klein y J. Lacan aparte, es sin duda profundamente moderna, del siglo XX, y puede que sea necesariamente contemporánea de ese mismo sentimiento de desmedida. Ya se notó en la desmesura de las armas de guerra: la destrucción posible de la humanidad y del planeta. Y se nota de un modo más insinuante, más amenazador aún si cabe, en la desmesura de los instrumentos de la genética. La preocupación frenética por el bienestar corporal, por consiguiente, hace aparecer en último término algo que podríamos resumir así: el goce no es sano. En la Antigüedad (2) ya se sabía, mucho antes de la aparición del SIDA, y por eso se pensaba que había que dosificarlo con exactitud: "es preciso que no sea demasiado". Y cuando asistimos hoy día-en nuestros países, desde luego-a esa especie de acoso del goce malsano, nefasto, mórbido, no podemos dejar de pensar que es un acoso excesivo y que eso mismo es lo que parece malsano y mórbido. Son éstas consideraciones muy generales con las que no voy a proseguir, consideraciones de editorialista. Pero indican, y creo que es conforme al espíritu del psicoanálisis, cierta reticencia respecto del estilo americano que está por lo demás en vías de universalización. Quizás esto cambie. Tendría que cambiar además porque está por saberse aún cómo lo vamos a pagar. Llegar a incluir el health care en todo esto tiene límites presupuestarios en los EE UU, pero también en los otros países donde el problema de la Seguridad Social se hace cada vez más penoso (3). Pongámoslo entonces a la cabeza de la epistemosomática, de las paradojas del cuerpo del saber-por utilizar el vocabulario de los organizadores de este Coloquio-; ese cuerpo al que se quiere dominar y someter a partir del saber, y del saber de la ciencia especialmente, sobre todo en nuestra época.